Por Cheo
Cuando la profesora de español Carmen Coronel, en 7º grado nos dijo que teníamos control de lectura para dentro de dos meses de alguno de estos libros: Pedro Páramo, La vorágine o El Coronel no tiene quien le escriba, a mí se me quiso caer el mundo encima porque con esta profesora había que hacerlo, porque era de esas a las que uno le llamaba TESA, que con sólo su presencia ya imponía respeto o por lo menos me lo imponía a mí. Con su complexión huesuda, su cara siempre de estar amargada o mascando alguna pena y ese aire de “lo sé todo y a mí nadie me engaña”, que poseen ciertas personas, a las que tú sabes que ni por más ingenio, ni trabajo que le pongas a la mentira se la va creer, porque parecía tener una bola de cristal que lo adivinaba todo. Y como si fuera poco, era de esas que no le importaba humillarte enfrente del tablero, diciéndote lo bruto que eres y que no ibas a servir ni para echarle el maíz a los pollos.
Mi respeto se convirtió en miedo, el miedo en pánico y el pánico en terror… sí terror. Terror de que me pasara al tablero y salir con un chorro de babas y ser el hazmerreír de mis compañeros, no por lo ocurrente que era, ni por los apodos que ponía a la gente, si no por ser uno más humillado por la seño Carmen.
Tomé la decisión: “A mí no me va a coger de monita”, llegué a casa, le dije a mi mamá que tenía que conseguir alguno de esos libros, ella presta salió conmigo a la librería a buscarlos, llegamos, miramos los tres y yo me decanté por El Coronel no tiene quien le escriba, no por el autor, no por la portada, si no por ser el más corto, es que así tenía más posibilidades de éxito de completar la misión de leer un libro sin muñequitos.
Pero con todo y eso, no fue posible ponerme a la tarea y ahí con esa capacidad que tenemos los Carrillo Palacio de estar siempre con el agua al cuello, con todo para última hora, me encontré a dos días del control de lectura sin haber sacado el libro de la bolsita de la librería Panamericana. Y creo que cuando escuché a la profesora Carmen decir “El control de lectura es para pasado mañana”, el famoso hilito amarillo comentado muchas veces con el polifacético Mauricio; afloró por mi calzoncillo pensando: “No voy a alcanzar ni si me ponen un turbo en los ojos”.
Pero algo ocurrió al abrir el libro, nada más ver que el personaje me recordaba a mi agüelo difunto, que sólo conocía por las leyendas que contaban de él en el pueblo y por una que otra foto vieja en donde me tenía en brazos llevándome a paisajes conocidos, no pude pará de leer una a una sus palabras. Me fui metiendo dentro de su vida, de su entorno, devoraba una a una sus páginas. Y ahí, recostado junto a la pared del salón de español de 7º grado del Colegio San José de Barranquilla, 5 minutos antes de entrar a clase con la Profesora Coronel, leí aquel final que me atravesó como trago de Ron blanco. “ Y que carajo vamos a comer”; me imagino todavía al coronel con el ceño fruncido, con la mirada al suelo sintiendo ese chispazo de orgullo que nos hace tener claro que nuestras ilusiones, por ser nuestras, están por encima de todo, y que si se tiene que caer el cielo, que se caiga porque se tiene que ser digno en este mundo… levantar la cabeza y decir a todo sentimiento… MIERDA.
Desde ese momento no pude despegarme de la lectura, y tener la sensación de que no alcanza todo el tiempo para todas las páginas que hay que leer.
Gracias Seño Carmen donde quiera que esté…
Gracias Gabo… feliz cumpleaños.
Mi respeto se convirtió en miedo, el miedo en pánico y el pánico en terror… sí terror. Terror de que me pasara al tablero y salir con un chorro de babas y ser el hazmerreír de mis compañeros, no por lo ocurrente que era, ni por los apodos que ponía a la gente, si no por ser uno más humillado por la seño Carmen.
Tomé la decisión: “A mí no me va a coger de monita”, llegué a casa, le dije a mi mamá que tenía que conseguir alguno de esos libros, ella presta salió conmigo a la librería a buscarlos, llegamos, miramos los tres y yo me decanté por El Coronel no tiene quien le escriba, no por el autor, no por la portada, si no por ser el más corto, es que así tenía más posibilidades de éxito de completar la misión de leer un libro sin muñequitos.
Pero con todo y eso, no fue posible ponerme a la tarea y ahí con esa capacidad que tenemos los Carrillo Palacio de estar siempre con el agua al cuello, con todo para última hora, me encontré a dos días del control de lectura sin haber sacado el libro de la bolsita de la librería Panamericana. Y creo que cuando escuché a la profesora Carmen decir “El control de lectura es para pasado mañana”, el famoso hilito amarillo comentado muchas veces con el polifacético Mauricio; afloró por mi calzoncillo pensando: “No voy a alcanzar ni si me ponen un turbo en los ojos”.
Pero algo ocurrió al abrir el libro, nada más ver que el personaje me recordaba a mi agüelo difunto, que sólo conocía por las leyendas que contaban de él en el pueblo y por una que otra foto vieja en donde me tenía en brazos llevándome a paisajes conocidos, no pude pará de leer una a una sus palabras. Me fui metiendo dentro de su vida, de su entorno, devoraba una a una sus páginas. Y ahí, recostado junto a la pared del salón de español de 7º grado del Colegio San José de Barranquilla, 5 minutos antes de entrar a clase con la Profesora Coronel, leí aquel final que me atravesó como trago de Ron blanco. “ Y que carajo vamos a comer”; me imagino todavía al coronel con el ceño fruncido, con la mirada al suelo sintiendo ese chispazo de orgullo que nos hace tener claro que nuestras ilusiones, por ser nuestras, están por encima de todo, y que si se tiene que caer el cielo, que se caiga porque se tiene que ser digno en este mundo… levantar la cabeza y decir a todo sentimiento… MIERDA.
Desde ese momento no pude despegarme de la lectura, y tener la sensación de que no alcanza todo el tiempo para todas las páginas que hay que leer.
Gracias Seño Carmen donde quiera que esté…
Gracias Gabo… feliz cumpleaños.
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