El afamado chiste de Copera
Por David Pino
El chiste había sido anunciado con mucha anticipación, demasiada diría yo, porque fue más de una semana. La expectativa generada fue tanta que mucha gente iría solo por oír el chiste. Los días transcurrieron hasta que el momento llegó, pero lo que nadie esperaba es que lo inesperado sucediera; en cuanto el chiste terminó reino un silencio ensordecedor, muchas caras largas aparecieron y solo alguna que otra risita fingida se oyó. Después vino un bullicio y la respectiva montada a la que había contado el inexplicable “chiste del pingüino”. En ese momento decidí hacer un intento para traer el humor a la fiesta; yo era consciente de que debía hacer uso de lo mejor de mi improvisado repertorio, que siempre se centra en los últimos tres chistes buenos que he escuchado contar a alguien más. Así que con mucho ánimo empecé mi relato y aún no terminaba de decir las últimas palabras del “chiste del pollo” cuando las carcajadas y la bulla se adueñaron de la fiesta. Aquella noche fui héroe, todos alabaron el chiste y su reputación tomo tanta fama que lo tuve que repetir una y otra vez en cada fiesta durante un buen tiempo.
Yo nunca imagine que otro chiste mío podría superar su fama, pero casi dos años después el éxito del “pollo”, que ya estaba en el cuarto del olvido como el “yo no fui” de Bart Simpson, fue superado con creces en una madrugada en la rambla de Brasil en Barcelona. Aquel día estábamos en la habitual fiesta latina del Café Noir, y cuando la rumba terminaba decidimos seguirla en algún lado, como buenos barranquilleros. Allí estábamos Mauricio, Cheo, Manex, Harold y yo, quienes decidimos ir a jugar domino en casa de Mauricio. Con nuestro propósito definido nos fuimos en el carro de Mauro con tremenda mamadera de gallo y contando chistes de calentamiento, hasta que llegamos a nuestro destino y encontramos un lugar para parquear. Mientras caminábamos desde el carro hasta la casa seguimos contando chistes, Mauricio ya había contado su habitual “cuento del camarero”, Harold ya había vuelto a repetir casi todo su repertorio, y, Manex y Cheo también habían hecho su aporte. Yo, que ya había contado algunos, hice memoria de un gran chiste que me había contado un amigo en Barranquilla hace un buen tiempo y que yo nunca había contado, entonces empecé mi relato con mi mejor interpretación y acompañándolo con unos buenos “efectos sonoros”; mi particular interpretación y los “pa pa pa” llamaban la atención de todos los presentes, y apenas terminaba de decir “copera, copera” y luego la frase final del chiste, cuando las carcajadas de todos estallaron en plena calle, incluyendo las mías, y creo que no paramos de reír hasta que llegamos a la casa de Mauricio. La noche siguió y el domino no se hizo esperar, ni más chistes tampoco, aunque entre relato y relato, aún seguíamos riéndonos de “copera”, y esta fue la palabra más usada de una noche que se extendió hasta eso de las 8 a.m. Hoy en día me es difícil asegurar si con otro chiste superare la fama de “copera”, porque nunca se sabe que puede pasar, pero bien lo dijo Mauricio, la historia ya se divide en “antes y después de copera”.
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